Si eres de los que sigue de cerca los acontecimientos mundiales, como todos deberíamos, probablemente has escuchado de cómo, en medio de crisis o revueltas, ciertos gobiernos, mayormente totalitarios, recurren a una medida extrema: apagar el acceso a Internet. Algo tan cotidiano como conectarnos a la red puede desaparecer con la misma facilidad con la que apagamos una lámpara antes de dormir. Aunque suena exagerado, es una realidad que se ha vuelto más común de lo que imaginamos.
Este tipo de apagones digitales no son simples ni espontáneos; requieren una coordinación compleja de parte de un gobierno. Generalmente, las autoridades emiten órdenes directas a los proveedores de servicios de Internet (ISP), o incluso intervienen físicamente en la infraestructura que sostiene la red.
En países con alto uso de Internet móvil, se han llegado a desactivar los datos, cortando la posibilidad de transmitir lo que sucede al resto del mundo. Un ejemplo notorio fue la Primavera Árabe de 2011, cuando algunos gobiernos bloquearon la conexión para evitar que las imágenes de las protestas se difundieran globalmente.
Otra táctica es la censura selectiva, que incluye desde disminuir intencionalmente la velocidad de conexión hasta bloquear sitios web específicos a nivel nacional. China es un ejemplo destacado de esta práctica. Además, varios países han implementado “interruptores de emergencia” o “Kill Switch” que permiten desconectar sectores o incluso toda la red nacional.
Aunque estas acciones son justificadas por algunos gobiernos bajo el argumento de seguridad nacional, también desatan una ola de críticas, ya que violan derechos fundamentales como la libertad de expresión y el acceso a la información.
Minuto empresarial es una columna del autor que se publica todos los jueves en la sección de Negocios del periodico El Nuevo Día