¿Quién no utiliza “la nube” para casi todo en estos momentos? Guardamos chats, fotos, videos y documentos; compartimos calendarios, trabajamos en equipo y hasta almacenamos copias de seguridad de nuestros teléfonos. La nube se convirtió en parte natural de nuestra vida digital.
Durante más de una década, la nube fue el gran “resuelve” que centralizó todo: archivos, reuniones, comunicaciones y hasta sistemas completos. Era una solución sencilla: acceder a todo en cualquier lugar y desde cualquier dispositivo. Pero, como toda tecnología que se vuelve indispensable, ya se empieza a mirar más allá con una pregunta inevitable: ¿qué viene después de la nube?
El concepto de nube tiene muchas ventajas, pero también limitaciones. La nube centralizó almacenamiento, cómputo y aplicaciones, y esa centralización trae consigo dependencia, costos y riesgos. Cada vez que “se cae un servidor” lo sentimos, porque gran parte de nuestra vida digital depende de pocos centros de datos. Además, el crecimiento del internet de las cosas (IoT), la inteligencia artificial y las aplicaciones que requieren respuesta en tiempo real, como realidad aumentada y autos autónomos, exigen procesar datos más rápido y más cerca de donde ocurren los hechos.
Aquí es donde el concepto de “edge computing” hace su entrada. La idea es simple, llevar el procesamiento de datos lo más cerca posible de la fuente. En lugar de enviar toda la información a servidores lejanos, “edge” apuesta por distribuir la capacidad de cómputo en dispositivos, sensores y redes locales.
No creo que en un futuro cercano abandonemos la nube. Hay demasiados intereses, inversiones y dependencias creadas a su alrededor. Más bien, el futuro parece ser un modelo híbrido, donde la nube se complemente con sistemas descentralizados que nos den mayor autonomía y velocidad.
Minuto empresarial es una columna del autor que se publica todos los jueves en la sección de Negocios del periodico El Nuevo Día