Quizás usted es igual que yo: ya casi no lleva efectivo. Vivimos entre aplicaciones de pago, tarjetas sin contacto y transferencias que ocurren en segundos. Esa comodidad redefine nuestra vida diaria, y también la complejidad sobre seguridad, regulación y responsabilidad (sin hablar de cuando necesitamos “menudo” para echarle aire a una goma o regalarlo a una persona necesitada).
En Estados Unidos, las transacciones digitales siguen creciendo de forma acelerada. Reportes recientes muestran que más del 80% de los consumidores usan pagos electrónicos a diario. Era de esperarse, ya que vivimos en tiempos de adelantos electrónicos que nos permiten manejar dinero de manera remota. Con esto en mente, nos preguntamos: ¿debe el efectivo seguir siendo una opción?
Los senadores John Fetterman y Kevin Cramer presentaron el Payment Choice Act (S.2326), un proyecto bipartidista para exigir que los negocios presenciales acepten efectivo para transacciones de hasta 500 dólares, prohibiendo recargos para quienes pagan con billetes. En el estado de Nueva York, se aprobó el proyecto S4153, que penaliza con multas a tiendas que no acepten billetes. Esto protege el uso del “cash” ante el creciente pago electrónico.
Puerto Rico no es ajeno a esta tendencia. Con la adopción masiva de ATH Móvil y otras plataformas, el flujo digital supera ampliamente el uso de efectivo. Existe legislación que aboga por métodos electrónicos de pago, añadiendo hasta dos alternativas, además del uso de efectivo.
Es una discusión que va más allá de la tecnología, es sobre equidad. Muchas personas (adultos mayores, personas de bajos ingresos o sin acceso bancario) dependen del efectivo. Si el mundo se vuelve completamente digital, ¿quién queda fuera?













