Durante más de una década, el streaming se presentó como la alternativa económica y flexible frente al viejo modelo de la televisión por cable. Un pago mensual y la promesa de acceso ilimitado a películas, series y música bastaron para que millones de usuarios migráramos a estas plataformas. Hoy, ese ecosistema que parecía estable entra en una etapa de cambios extremos: más servicios, precios más altos y una audiencia que empieza a mostrar señales de fatiga.
El negocio ha cambiado muy rápido. Netflix, Disney+, HBO Max, Peacock y otras compañías han modificado sus planes, incorporando tarifas con anuncios, restringiendo el uso compartido de cuentas (para la desgracia de muchos), y apostando por películas y series exclusivas.
Actualmente, los servicios de streaming son tantos, que la oferta de ver contenidos a bajo costo se ha transformado en una de gastos exagerados y más caros que la televisión por cable y/o satélite, si no administramos nuestro dinero de una manera inteligente.
No obstante, el futuro sigue apostando a estos servicios como sistema de entretenimiento globalizado, donde podremos ver series, películas, documentales, jugar videojuegos, escuchar música y audiolibros, leer y escuchar novelas y podcasts, con planes básicos que incluyen publicidad, y “premium”, que permita mayor calidad de imagen, cero anuncios y mayor número de aparatos conectados.
Minuto empresarial es una columna del autor que se publica todos los jueves en la sección de Negocios del periodico El Nuevo Día